tomado de la nacion el 15-10-10
Felipe Mora Bermúdez Doctor en biología celular y molecular del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL) y de la Universidad de Heidelberg, Alemania. Investigador en neurogenesis embrionaria del Instituto Max-Planck de Biología Celular y Genética (MPI-CBG, Alemania) y de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO). Premio Nacional de Ciencia 2007. mora@mpi-cbg.de 07:48 a.m. 14/10/2010
La fertilización in vitro ha adquirido mucha actualidad en nuestro país. Su prohibición se ganó la fuerte crítica de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, e implica una probable condena vinculante de la Corte homónima. Además, el biólogo Robert Edwards acaba merecidamente de recibir el Premio Nobel por su desarrollo. Ahora bien, el argumento principal de quienes aún se oponen a ella es que el óvulo, al ser fertilizado y volverse embrión, se convierte en un ser humano y debe ser protegido como tal. Esta afirmación, a pesar de ser repetida con frecuencia, no es correcta. Es biológicamente incompleta, pero lo es también desde una perspectiva humanista. El desarrollo prenatal resulta de la combinación de más que solo las dos mitades genéticas materna y paterna. Falta una parte esencial, una tercera mitad.
Contribución ambiental. Esa tercera mitad es la contribución ambiental materna in utero. Su paso clave inicial es la implantación del embrión en el endometrio, que permitirá una conexión con el sistema circulatorio materno a través de la placenta. Un embrión puede tener el potencial génico para llegar a convertirse en un ser humano, pero le falta el irremplazable potencial del ambiente materno. Por lo tanto, otorgarle el carácter de ser humano a un embrión sin implantar equivale a degradar al ser humano a su mínimo denominador génico, a un puñado de cromosomas.
Ninguna de “las tres mitades”, los genes maternos, los paternos y el ambiente materno, puede, bajo ningún pretexto, dejarse fuera de la gran ecuación del desarrollo que culmina en un ser humano. Cualquier combinación de solo dos de ellas daría el mismo resultado final: nada.
Debe mencionarse que toda célula u organismo depende del ambiente para conseguir nutrientes. Sin embargo, la dependencia del embrión va más allá. Este requiere, además, señales maternas específicas que ayuden a sus genes a desplegar su potencial.
El aporte materno no termina entonces con las materias primas, como nutrientes y oxígeno. Está también el aporte de las señales bioquímicas, como las hormonas y factores de crecimiento, enzimas metabólicas e incluso neurotransmisores. Estas señales pueden actuar directamente sobre tejidos y células, o por cascadas de señalización. Llegan incluso a modificar la expresión de los genes embrionarios, por ejemplo: a través de factores de transcripción y señales epigenéticas.
Esta dicotomía entre materiales y señales puede compararse a la que existe entre un albañil con su material de construcción y un arquitecto. Ambos son indispensables para desarrollar los planos. Siguiendo esta metáfora, el aporte ambiental materno participa de ambos, el diseño y la construcción prenatal.
Si se intentara incubar un embrión con todos los nutrientes posibles, pero sin la conexión materna, no surgiría una vida humana. Lo mismo pasaría al incubar un óvulo, o un espermatozoide. Esto se explica porque las diferencias entre tener un óvulo separado del espermatozoide y tenerlo fertilizado son pocas: los cromosomas paternos entran al óvulo, se yuxtaponen a los maternos y se da un número pequeño y limitado de divisiones y movimientos celulares. La fertilización es vital, pero como un paso más en una cadena de pasos prenatales vitales. Durante la mayoría de ellos, el embrión es indivisible de la madre en la que se implantó. No puede existir como entidad única y su probabilidad de supervivencia fuera de, específicamente, el ambiente uterino, es igual a cero. Postular a la fertilización como el surgimiento de una nueva vida es arbitrario e incorrecto.
Papel degradante. Esa postulación menosprecia también el papel de la madre durante el desarrollo in utero. La degrada a ser simple portadora y, cuando mucho, proveedora de material de construcción. Si bien esto es muy decepcionante, no es de extrañar que aún suceda en nuestro país. Es en sociedades y grupos machistas donde mejor prospera este tipo de ideas tan limitadas, dogmáticas y, posiblemente, maliciosas.
Esto no hace más comprensible que ese menosprecio siga hasta en los más altos niveles de los tres poderes del estado, incluso cuando la presencia de mujeres es, hoy más que nunca, tan notoria. Es necesario, y apremiante, que los poderes se independicen de dogmas religiosos y tomen finalmente en consideración una definición del ser humano que no sea basada en su mínima reducción cromosómica.
Debe agregarse que esos cromosomas embrionarios son idénticos a los presentes en casi cualquier otra núcleo del cuerpo. Estos pueden también cultivarse y hasta reprogramarse in vitro, pero no por eso son una vida humana. Las diferencias claves, una vez más, no son génicas, son del entorno y sus señales bioquímicas y epigenéticas, ¡como las del ambiente uterino materno!
La pregunta que seguirá es: ¿a partir de cuando puede hablarse de una vida humana? Una respuesta definitiva sigue siendo difícil. Una discusión seria al respecto deberá incluir muchos otros aspectos de la biología del desarrollo y neurobiología. Deberá además incluir aspectos filosóficos y humanistas, dentro de un marco objetivo, no dogmático, que considere al ser humano como un organismo consciente. Tal discusión fundamental va más allá del alcance de un modesto artículo. Sin embargo, los argumentos aquí planteados ofrecen un punto de partida para una discusión más coherente. Ese punto de partida es la implantación exitosa del embrión en el endometrio materno. El embrión puede ahí empezar a sumar su potencial génico con el potencial ambiental materno. Solo esa suma permitirá llegar a un ser humano.
En este debate el término ‘concepción’ aparece a menudo, pero con varios significados: fertilización, implantación o la suma de ambos. La Real Academia lo define como el embarazo, que es equivalente a la implantación. No obstante, para evitar ambiguedad, es mejor utilizar los términos técnicos fertilización o implantación.
La fertilización in vitro respeta plenamente la vida humana y debe ser legal, ya que trabaja solamente con embriones sin implantar. Estos deben ser pocos, para minimizar posibles riesgos a la salud, pero suficientes para elevar razonablemente la probabilidad de embarazo en un mínimo de intentos.
Riesgos de la FIV. Los riesgos a la salud, mencionados también por mi estimado colega don Alejandro Leal (La Nación, Debate, 12/10/2010), merecen atención; pero esto es así con cualquier otro tratamiento médico. Como lo planteó el destacado obstetra don Gerardo Escalante (La Nación, Debate, 12/10/2010), los riesgos pueden minimizarse sin tener que prohibir esta o cualquier otra técnica médica efectiva. Los millones de niños sanos nacidos de fertilizaciones in vitro son testimonio vivo de esto.
Es usual que surjan además los típicos argumentos de autoridad, o aquellos basados en diversos dogmas ideológicos o religiosos, o incluso los ataques ad hominem. Sin embargo, faltan los argumentos científicos de peso sobre el inicio de la vida humana que justifiquen prohibir esta técnica, o limitarla tanto que sea prácticamente una prohibición.
Una fertilización in vitro realizada de manera responsable, aun cuando no llegue a implantar todos los embriones, encaja bien y realza los principios de derecho y protección a la vida y familia de nuestra sociedad, de nuestra Constitución y de los derechos humanos.
Esta técnica debe ser cuidadosamente supervisada y ejecutada por especialistas, pero debe seguir llevando vida y alegría a muchas familias costarricenses que así lo elijan, aunque no tengan los recursos para recibir el tratamiento en el exterior.
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